Hace un año y dos días que no escucho su voz, y ya siento que se me olvida.
Hace un año y varios meses que nadie me maltrata con caricias.
Xavier no ha regresado. ‘Neneeeees, ya vine’. Mi cocodrilo verde. Lo extraño.
Lo pienso mucho, todavía. A él, al Chino también. Otro Máster de la vivorada. Los amé tanto, tanto, mucho. Mucho mucho mucho.
Les comparto lo que le escibí justo cuando nos dejaba...
A la Pachis:
Maestro. Sí, maestro sí, pero también mi cocodrilo verde, mi rata de dos patas, mi sapito, mi Pachis. Una mezcla de tío, abuelo, padre, mamá postiza, director, maestro, santo, confesor, gurú. Es que Javier no era ser humano, era superhéroe, leyenda, mito. Javier era tantas cosas. Javier era salir maltratado de aquella casa, pero con una sonrisa grande. Era pararse en un escenario y descubrir que uno no estaba actuando, uno estaba haciendo ‘arte contemplativo’, escuchar que ‘deplano comiste mierda en la mañana’, que era solo cuestión de ‘soltar el culo’ y descubría uno que frente a Javier, uno siempre era bienvenido a ser y decir lo que le viniera en gana. Era aprender a batear con fuerza las atrocidades a las que uno se exponía, respondiendo con destreza a los insultos de la mano de un verdadero genio de la ‘vivorada’.
Incluso ayer, le preguntamos si no se habría mordido la lengua y envenenado él solo.
Le había dicho a mi mamá el día anterior: ‘por poco te llego a espantar’. Se había asustado, le habían dicho que había que cambiar la dieta. Pero ya no habrá días de PriceSmart con la Pachis.
Javier era saber que vivoradas y malas palabras eran solo por coloratura. El corazón estaba en el lugar correcto. Pero el corazón no pudo más. Debe ser que nos quiso tanto. Que ya no cabíamos tantos allí dentro. Es que nos adoptaba a todos como a perros. Huérfanos de tablas. Nos amaba fuerte, nos enseñaba de todo: actuación, dirección, psicología, psicomagia, maquillaje, vestuario, vivorada... Nos ponía en escenarios y nos hacía actuar a vituperios. Nos desvestía de problemas, nos hizo superar traumas de infancia. Terapeuta.
‘Quique, cuidado te llevás a ese barrendero, porque nos lo cobran como aspiradora.’ Le ponía vela a San Pancracio, diariamente. Pero también había letanías: ‘Santa Ermenegilda del Tsunami: ahogalos, Santa Catarina del Derrumbe: hundelos!’ Es que incluso con este nudo en el estómago, me recuerdo y me da risa. Nos dejó amigos, experiencias, lecciones, vida. Nos dejó carcajadas. Nos dejó esa marca que llevamos todos los que fuimos hijos de Javier Pacheco.
Lo que pienso es que allá arriba no puede durar, es que no me lo imagino haciendo caso de las reglas, es que a alguien va a ofender ya en las próximas dos horas. Es que ya siento que lo mandan de regreso. Quizás al mismo San Pancracio, ho-rroroso ese vestuario! Y cuando lo veamos otra vez: Hola nenes! Que cómo estuvo el espectáculo?...diazepámico!
A mí solo me queda aferrarme fuerte a esos objetos que me lo recuerdan diariamente, a esas conversaciones, recuerdos, a las frases, los insultos, los sarcasmos, los regaños cariñosos, las listas de lectura que me daba cada año, al loro, el moro, el mico y al señor de Puerto Rico.
Solo nos queda así entre todos seguir haciendo teatro, para decirle gracias, gracias Pachis, por todo.
Su sobrina, hija, nieta, su princesa del África, su nena,
Sophia.